Por Fernando Borja Gallegos
27 de septiembre de 2016
Todos se preparan para la “gran fiesta de la democracia” prevista para el 19 de febrero de 2017, en la cual se elegirán presidente y vicepresidente de la República y miembros de la Asamblea Nacional.
Desde tiempos remotos, los aspirantes combinan exposiciones, música, discursos, festivales con payasos, bailes, también se incluye abundante comida, como aguados de gallina y, el más popular, el tradicional sanduche con la respectiva cola.
Los candidatos ponen todo el coraje y la pasión a los discursos que pronuncian. Buscan cuidadosamente impactar a sus seguidores con un estilo diferente, prometen dar solución a todos los problemas, sean estos políticos, económicos o sociales.
Es impresionante e inolvidable “el acto de campaña” la música suena, el licor circula y los anhelos y transitorios pesimismos se esfuman en el ambiente.
La fiesta de máscaras y disfraces se convierte en una gran ocasión para captar adeptos. Sin embargo, algunos advierten que todos los discursos de los aspirantes a cargos de elección popular son iguales, tratan de complacer a sus partidarios, abordan superficialmente los problemas que aquejan a la mayoría de los ecuatorianos, sin nada de fondo, vacíos, huecos e intrascendentes.
En medio de ese laberinto, aparece la clara visión de la máscara que cubre aquel rostro que oculta su verdadera cara. Exterioriza sentimientos de solidaridad, de bondad infinita, de reivindicaciones sociales, de igualdad, de respeto a sus semejantes. Pero es tarde, la máscara cae milagrosamente y el impostor es descubierto… El disfraz ya no oculta su personalidad… todo termina, la fiesta concluye… el pueblo desengañado medita.
Es tiempo de radicales, todo cambia para bien a menos que enfermas mentes, busquen el fin de la República.
José Fouché el escurridizo, el tenebroso, el siniestro verdugo de opositores, en 1793, por encargo de la Convención destruyó Lyón. Lanzó, “la instrucción de Lyón”, documento que se adelanta en más de cien años a su época. En dicha instrucción dispone se ponga sobre las ruinas de la ciudad la inscripción “Lyón hizo la guerra a la República: Lyón ya no existe”.
En mi libro “Aquí existió un país: su noble pueblo no pudo contra la corrupción”, página 134, tercera edición, cito parte de la “Instrucción de Lyón”:
“Todo les está permitido a los que actúan en nombre de la República. Quién se excede en cumplirlas, quién aparentemente pasa del límite, aún puede decirse que no ha llegado al fin ideal. Mientras quede sobre la tierra un solo desgraciado, debe proseguir el avance de la libertad. La revolución está hecha para el pueblo; pero no hay que entender por pueblo esa clase privilegiada por su riqueza, que ha acaparado todos los goces de la vida y todos los bienes de la sociedad… La revolución sería un absurdo político y moral si no se ocupara más que del bienestar de unos cuantos cientos de individuos y dejara perdurar la miseria de millones de seres. Por eso sería un engaño afrentoso a la humanidad el pretender hablar siempre en nombre de la igualdad mientras separan aún a los hombres desigualdades tan tremendas en el bienestar… No os engañéis para ser un verdadero republicano, tiene que sufrir cada ciudadano en sí mismo una revolución parecida a la que ha cambiado la faz de Francia… Pasó la época de las decisiones tibias y de las contemplaciones. Ayudadnos a dar los golpes implacables o estos golpes caerán sobre vosotros mismos. La libertad o la muerte. Podéis elegir”.
Hoy, la República del Ecuador, enfrenta muchos desafíos, su dirigencia política abandonó el principio de que “es mejor sucumbir que pactar”, todas son máscaras y disfraces que ocultan el verdadero rostro de los propugnadores de aparentes cambios, por ende, el pueblo debe rememorar la mentada “Instrucción de Lyón” y actuar en concordancia. “La libertad o la muerte, podéis elegir”.