Por Patricio Orcés Salvador
Recordar es vivir, lo que significa que hacerlo nos predispone a revitalizarnos, a alegrarnos, a sentir que todavía podemos percibir ese inefable momento de traer a nuestros recuerdos hechos inolvidables y también por qué no situaciones que pudieron a lo mejor ser negativas, desalentadoras o que no quisiéramos recordar, sin embargo ahí están presentes cómo que las estuviéramos viviendo este instante.
Cada día al levantarnos o mientras trascurre el día quizás cuando pensamos ya descansar y proponernos a dormir, pueden venirnos recuerdos de cualquier época de nuestra existencia y es cómo que por nuestra memoria circularan momentos que vivimos y que sus recuerdos pueden traernos nostalgias o tal vez pesadumbres, si aquellos no fueron de buenos momentos vividos, pero si por el contrario son de los que significaron alegría y felicidad cuando sucedieron, se hacen presentes reconfortándonos y creándonos una sensación de mucha plenitud.
Un proverbio celta decía: “El recuerdo no envejece” y cómo decían los clásicos: “Lo que permanece en el recuerdo, nunca muere”, es decir, volvemos a lo anterior que he manifestado, o sea “recordar es vivir”, aunque no se pueda vivir sólo del recuerdo.
Es lamentable que por el transcurso de los años y por situaciones de la vida, se ven casos de personas conocidas que habiéndose siempre sentido muy lúcidas y de gran vitalidad, de repente comienzan ya a no recordar las cosas presentes, peor los momentos vividos y si causa mucho pesar y desazón y si nos hace meditar sobre la transitoriedad de la vida y de las circunstancias personales a las que cada uno de nosotros debemos estar conscientes de su presencia real y tangible, por eso que mejor que aprovechar estos momentos que todavía la vida nos permite sentir y percibir de esos inefables instantes de recuerdos buenos y malos, pero parte integrante de nuestra propia y genuina individualidad.
Gabriel García Márquez dijo: “Recordar es fácil para el que tiene memoria, olvidarse es difícil para quien tiene corazón”.