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Sábado, 26 Julio 2025 00:36

JAPON Y EL BOMBARDEO ATOMICO DE 1945

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Por Fernando Borja Gallegos

25 de julio de 2025

Robert Oppenheimer, nació el 22 de abril de 1904, en la ciudad de Nueva York, brillante intelectual que estudió en varias universidades, entre otras, Harvard y Cambridge.

En la Segunda Guerra -1939-1945-, en plena crisis mundial, fue seleccionado en 1942, a fin de que dirija el Proyecto Manhattan que comprendía el desarrollo de la bomba atómica.

Como encargado del Proyecto, ultra secreto, se le nombró Director de Laboratorio de los Álamos, lugar en que se desarrolló el diseño de bombas atómicas. Por su prestigio intelectual, fue reconocido como el jefe indiscutible del equipo de científicos, que llevó a la consecución del anhelado Proyecto Militar denominado Manhattan,

En julio de 1945, en el desierto de Nuevo México, tuvo lugar la primera prueba nuclear; y, posteriormente, se diseñaron dos bombas atómicas más. La primera denominada “Litte Boy” y la segunda denominada “Fat Man”.

Concluida la Segunda Guerra Mundial, se transformó en un defensor del control internacional de armas nucleares y en crítico del desarrollo de las bombas de hidrógeno.

Con los antecedentes expuestos y al recordar el mes de agosto de 1945, considero oportuno, reproducir lo que escribí el 7 de agosto del 2020, sobre el 75 aniversario del bombardeo atómico, que puso fin a la Segunda Guerra Mundial:

“La madrugada del 6 de agosto de 1945, en la ciudad japonesa de Hiroshima, a las 8.15 a.m., un B-29 norteamericano, piloteado por Paul Tibbets y Robert Lewis, lanzó la primera bomba atómica denominada LITTLE BOY, de 15.000 toneladas de TNT, causando la muerte de más de 70.000 personas en el acto. Tres días después, el 9 de agosto de 1945, en la ciudad de Nagasaki, a las 11.02 a.m., otra bomba atómica equivalente a 22.000 toneladas de TNT, fue lanzada sobre la ciudad, en la que perecieron más de 40.000 personas en el acto y miles más en los meses posteriores. Las dos ciudades quedaron destruidas, arrasadas, los muertos por millares, las víctimas que no fallecieron inmediatamente carecieron de ayuda, no había hospitales ni personal médico. Un gran incendio consumía todo y la lluvia radioactiva causaba daños. Cientos de quemados desfigurados, con la piel en jirones gemían, lloraban, provocando espanto y dolor”.

Quizá el recuerdo de lo ocurrido en el bombardeo atómico, ayude a crear conciencia de que es necesario impedir que se produzca una nueva conflagración mundial que llevaría a devastar el planeta tierra.

Interesante finalizar con la frase de Oppenheimer, creador de la bomba atómica: “ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos y me preocupa que tengan razón”.

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