DIARIO EXPRESO DE GUAYAQUIL
17 SEPTIEMBRE 1990
EL HONOR DEL CONGRESO
Javier Simancas C.
El honor de los actuales miembros del Congreso Nacional está de “bajada” . La campaña de desprestigio orquestada por políticos adeptos al Gobierno y por los funcionarios ha dado resultado en menos de treinta días.
En gran medida son responsables los congresistas. Unos confundieron su tribuna con una barricada populista y otros pensaron que había que gobernar desde el Palacio Legislativo al más puro estilo anti febres corderista, que caracterizó a la oposición en el tormentoso período constitucional anterior.
Con mutuas inculpaciones y en una evidencia más de la mediocridad de sus actores políticos, se han desenvuelto estos treinta días en que más se resaltó el lenguaje procaz, el insulto, la calumnia y la incapacidad. y lo más grave, haber antepuesto lo particular al interés colectivo.
Malos alumnos de la demagogia, legisladores y administradores del Estado se enfrascaron en una polémica insustancial, que encubrió los problemas de fondo como las irregularidades como en el manejo de un importante sector como es el agrícola.
Uno de los tantos actos de libertinaje informativo al que nos tienen acostumbrados ciertos elementos de la radiodifusión nacional, se convirtió en asunto de Estado y de seguridad interna. Pero también en un problema de honor y de familia. El escándalo sirvió como anillo al dedo para tapar el otro muchos más grave, como era el, “arroz ferruzi” y todos los procedimientos administrativos no bien aclarados en el proceso de adquisición de la gramínea.
Si tuvieran la entereza de velar por los intereses populares otro hubiera sido el camino, más complicado, pero el correcto para creer que el honor del Congreso está por encima de las rencillas personales, de los odios, envidia y ambiciones particulares.
Si se tratara de calificar el rendimiento de las acciones de las dos funciones del Estado, la calificación sería muy baja. La leal práctica democrática cada vez más pierde alumnos y alienta la confrontación general en la que el gran perdedor será el pueblo ecuatoriano que cada vez desconfía en sus elegidos.